Desde el punto de vista de la religiosidad popular de
los fieles católicos, y más aún, en varios institutos de la vida consagrada y
en la Iglesia por lo general, existe una convicción muy acentuada de que, la
presencia de la Santísima Virgen María tiene una importancia sublime tanto para
la vida espiritual como para la consistencia, la unidad y el progreso de toda
la humanidad. Ese convencimiento está patentemente demostrado en la presencia
de diversas devociones marianas, en las personas y varios institutos que llevan
el nombre de María, y en el asiduo rezo del Rosario por un sinnúmero de los
fieles católicos. La razón es que se ve en la Madre de Dios algo especial, es
decir, un camino intercesor por medio del cual se puede llegar a la salvación
traída por Jesucristo. Bajo ese respecto, cualquier persona consagrada para la
misión no se detendría en hacer a sí misma esta interrogación: ¿Cuál es realmente
el papel de la Virgen María en la vida del misionero y misionera? La respuesta
de dicha pregunta no es tan fácil como se podría pensar, no obstante, para
responder a ella, me vinieron estas ideas que trato de compartir a
continuación.
Antes que nada, María es Madre de Jesús y por lo
tanto, Madre de la Iglesia. La Iglesia siguiendo el ejemplo de Ella como una
virgen que escucha, ora y se ofrece, así también se hace Madre que cumple con
la misión confiada. Ella entendió muy bien su misión y la cumplió con fidelidad.
Por ello, se dedicó totalmente a Cristo y a su obra por toda su vida. Ella
formada y plasmada del Espíritu Santo, se consagra y sirve a Dios y a su
Iglesia incondicionalmente. Debido a eso, en la vida y la misión que el
misionero realiza, la Madre del Redentor debe ocupar un puesto fundamental. En
asimilando la vida, los sentimientos, la entrega total y la plena
disponibilidad de María hacia Dios, será posible proclamar y anunciar el amor
de Dios y la realidad de Cristo Redentor y Salvador de toda la humanidad[2].
La Virgen María es el modelo del misionero y misionera
por su actitud de escucha y de acogida ante la palabra de Dios. Vale acordar
que en su vida aconteció un anuncio viviente de Jesús, así que conociéndola, tratándola
familiarmente, imitando su actitud, sentimientos y virtudes, el misionero debe
ponerse en tal disponibilidad de suerte que el Espíritu que actuó en Ella siga
presente en él para animarle y darle fuerza a fin de cumplir fielmente la
misión de proclamar el Reino de Dios.
Acerca del discipulado de Jesús, María es la primera
discípula de Cristo y la primera formadora de los cristianos. De esta forma, Ella
es la formadora por excelencia de la fe. La Madre de Dios como nadie le puede
ensenar al misionero a orar con esa confianza, con ese abandono, y con esa disponibilidad
necesaria. Todo eso se resume en “Hágase en mí según tu palabra[3].”
Ella, en este sentido, enseña al misionero y misionera y a cualquier seguidor
del Nazareno abrirse a la Palabra y cogerla en su corazón a fin de que pueda
ser una semilla fecunda en su vida personal. Eso da a entender que la Madre de
Cristo acompaña la misión de la persona consagrada como ha acompañado la de los
apóstoles desde el tiempo de pentecostés.[4]
Del SI de María, el misionero aprende a entregarse por
completo a Dios Padre. La Madre del Redentor es la primera de los redimidos y
salvados por Jesús. Su sí es el más profundo y comprometido que se haya
pronunciado[5]. Éste
debe animar y ayudar al apóstol caminar con entusiasmo en todo el itinerario de
identificarse con el Nazareno. Se desprende todo eso del sí de la Anunciación.
Un sí lleno de gracia donde representa a toda la Iglesia y a toda la humanidad.
Es ese sí que debe dar a todos los misioneros y misioneras la energía para
cumplir su misión específica.
No se puede decir que María fue un instrumento pasivo
en la historia de la salvación de la humanidad. Pues sí, no lo fue. Ella
cooperó en la salvación de los hombres con fe y
obediencia libres al plan salvífica de Dios[6].
El misionero siguiendo su ejemplo, ha de ser miembro activo, asumiendo la
propia responsabilidad con alegría y generosidad, aceptando muy agradecido todo
cuanto el Señor le dona para cumplir su misión en la Iglesia.
La Virgen María es la Madre y modelo de los cristianos
debido a que cada persona está confiada a María según el propio carisma y vocación.
De ahí que, Ella como Madre acompaña a los misioneros y misioneras en la misión
que Cristo les ha confiado. La Santísima Virgen María en el camino que éstos y
éstas recorren para anunciar a Cristo, les acompaña y les hace sentir seguros
de ir siempre adelante con ánimo prolongando la misión de Cristo, el único
Redentor del mundo.
Nadie pondría en tela de juicio el hecho de que, la
Santísima Virgen María es el modelo sublime de la perfecta consagración por su
pertenencia plena y entrega total a Dios. Por haber sido elegida por Dios que
quiso realizar en Ella el misterio de Encarnación, recuerda a los consagrados y
consagradas la primacía de la iniciativa de Dios. Esta iniciativa de Dios en
María hace que el misionero y todos los consagrados y consagradas tengan en
cuenta que su vocación no es meramente humana, sino, una elección excelsa que procede
de Dios. Es Él quien llama a uno en libertad para consagrase a la misión. Bajo
ese respecto, se debe acordar de las palabras de Jesús: “No son ustedes los que
me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y
den fruto y ese fruto permanezca.”[7]
De igual manera, la Madre del Salvador siendo el templo del Espíritu Santo, los
consagrados y consagradas la toman como ejemplo perfecto de la consagración al
Padre, de unión con el Hijo y de docilidad al Espíritu Santo. Así pues,
identificarse con el tipo de vida evangélica en pobreza y virginidad de Cristo
significa, sin lugar a dudas, asumir también el tipo de vida de la Virgen
María.
En la Santísima Virgen María, el misionero y
todos los consagrados y consagradas encuentran una Madre por título muy
especial. Es importante tenerlo presente que la Madre de Dios recibió una nueva
maternidad en el calvario. Ésta es un don especial para todos los cristianos,
pero se vuelve un valor muy específico para quien ha consagrado plenamente la
propia vida a Cristo. Las palabras consoladoras de Jesús al discípulo a quien
Él amaba, “ahí tienes a tu madre,[8]”
asumen una profunda particularidad en la vida de la persona consagrada. Esta
llamada de Jesús a Juan a acoger consigo a María, amándola e imitándola con la
radicalidad propia de su vocación y experimentando una especial ternura
maternal, ahora está dirigida al misionero y misionera de hoy. Por
consiguiente, se puede colegir que la relación filial con María es el camino
privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida y una ayuda eficacísima
para avanzar en ella y vivirla en plenitud.
[1]
El escritor se halla en la misión de Palma Roja (Vicariato de San Miguel de
Sucumbios- Ecuador) haciendo el año de servicio al Instituto.
[2]
Cfr. Espiritualidad Misionera II, Obras Misionales Pontificias de Colombia, 39.
[3]
Lc 1, 38.
[4]
Cfr. Hech 1,14
[5]
Cfr. Espiritualidad Misionera II, 40.
[6]
Cfr. LG, 56.
[7]
Jn, 15, 16.
[8]
Jn, 19,27.
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