Vivimos en una época de cambios rápidos (y de
“cambio de época”) que generan nuevas perspectivas y maneras de relacionarse
entre las personas, grupos y naciones; la gente se siente afectada en su
identidad, y es llevada a preguntarse constantemente ¿quién soy yo? A nivel
religioso vemos lo mismo, con los cambios de los últimos años y las nuevas
perspectivas de la vivencia de la fe, la gente se aleja de la vida religiosa o
busca cada vez más seguridad en modelos que dan una respuesta pronta para su
vida (muchas veces sin reflexionar la verdad y autenticidad de estos modelos),
pues la novedad trae riesgos para la seguridad y la identidad; es más fácil
quedarse con modelos y estructuras que dan la idea de seguridad, que cambiar
para crecer y superar estructuras superadas que no responden a la realidad y a
los “nuevos tiempos”.
En la
Iglesia Católica vemos una cantidad de posiciones encontradas: desde un fervor misionero
hasta el más fuerte desánimo y desorientación… al mismo tiempo, observamos una
fuerte tendencia al relativismo o al fundamentalismo, que vienen creciendo en
los últimos años, llevando a muchas discusiones y hasta divisiones en lo que se
refiere a la práctica religiosa. En la práctica misionera ad gentes, que tiene el ideal de anunciar el Evangelio a aquellos
que todavía no conocen a Jesús, se presentan cuestionamientos sobre su validez
y práctica entre estos pueblos…
Para
ello es importante conocer los cambios generados en las últimas décadas.
1)
Antes del Concilio Vaticano II:
Dentro de la “teología de la cristiandad”, que perduró hasta mitad
del siglo XX, existía una idea por la cual todos creían normal que la Iglesia y la teología
se definiesen por la cristiandad y sus actividades. Tal teología unida al
proyecto misionero, que estaba en el interior de la Iglesia y en su expansión,
tenía el objetivo de:
a)
Convertir: “dejar atrás” las propias creencias, supersticiones y la manera de
vivir para aceptar el modelo misionero occidental, conocido como “conquista
espiritual”;
b)
Traer hacia adentro pues “fuera
de la Iglesia no hay salvación”: este axioma orientó
todo el camino estricto de la misión durante la cristiandad (siglos XIII-XX);
c)
Bautizar para salvar las
almas: visto como puerta de entrada para la
eternidad, se bautizaba a todas las personas (a quienes lo pedían y también a
quienes no lo pedían), sin preocuparse por una autentica evangelización[1];
d)
Expandir la Iglesia: se buscaba un crecimiento cuantitativo, sin importar que para ello
tuviese que hacer “pactos” con los gobiernos aliados y por eso se limitase la
verdadera evangelización . Todo en la Iglesia era considerado perfecto y
establecido (no había el “respeto por el otro, por el diferente”, pues quien
está fuera no tiene nada que ofrecer); se debería “catequizar” a las personas
con las “santas enseñanzas de la doctrina y de la civilización” para llenar el
vacío y garantizar la salvación de ellas. La Iglesia era una institución identificada
con el Reino de Dios (el Reino de Dios es propiedad de la Iglesia, que Cristo
fundó y la que le dio las llaves del Reino);
e)
¿Quién era el misionero que
partía para “las misiones”/“tierras de la misión”? Era el sacerdote o el religioso que dejaba todo para “catequizar los
infieles/paganos”; las religiosas (que vivían enclaustradas) se dedicaban a las
oraciones. Solamente a partir del siglo XIX, también algunas religiosas (ahora
de vida activa) comenzaron a partir para las “misiones”. La tarea de los laicos
era solamente “rezar, ayudar materialmente y favorecer vocaciones”.
2)
Después del Vaticano II (a partir de 1965):
Uno de los grandes cambios del Concilio
Vaticano II fue el rompimiento con el modelo de cristiandad, con el
eclesiocentrismo y con el cristomonismo que caracterizó a la Iglesia durante el
segundo milenio. Esto llevó a nuevos horizontes especialmente en la
Eclesiología y la Teología de la Misión en las últimas décadas. Entre las
principales podemos destacar:
a)
Superación de la
Cristiandad y recuperación de la eclesiología del Pueblo de Dios:
- Pueblo de Dios
En este proceso la Iglesia es
definida como Pueblo de Dios, evitando “restringir
la tarea profética, real y sacerdotal solamente al papa, a los obispos y
sacerdotes. De esta definición se deduce también la profunda igualdad entre los
cristianos”[2] .
La jerarquía debe estar al servicio del Pueblo de Dios y no al contrario.
Se pasó de una Iglesia triunfalista, ‘potestas’ (poder, jerarquía, sociedad perfecta)
y jurisdicista a una Iglesia servidora de la humanidad (GS – Gaudium et Spes 40-43), seguidora de Jesús pobre y humilde (LG – Lumen Gentium 8), semilla del
Reino (LG 5). Se pasó a tener la
concepción de la Iglesia como sacramento de salvación (no es la salvación, sino
que es señal e instrumento de esta salvación), que está presente en la historia
del pueblo y es misterio (y no solamente el tiemplo, el clero, las leyes…).
- Comunión
Antes la Iglesia era identificada con el
“clero” (jerarquía), siendo los laicos tratados como “cristianos de segunda
categoría”. Ahora hay un cambio de sujeto eclesial: todos los bautizados forman
el “Pueblo de Dios” (LG 2). Hay el
redescubrimiento de la comunitas,
koinonía, comunidad (cf. LG, DV – Dei Verbum, AG – Ad Gentes, PO –
Presbyterorum ordinis, PC – Perfectae Caritatis), y un un retorno católico
a las fuentes bíblicas de la Revelación (DV),
y la apertura a un fuerte espíritu
ecuménico (UR – Unitatis Redintegratio,
DH – Dignitatis Humanae, AG).
“Al hablar de la
Iglesia, el Concilio Vaticano II piensa, primariamente, en la comunidad de los
fieles y en su función en la salvación del mundo. La misión es algo que debe
ser sentido y vivido comunitariamente. En cualquier lugar, la misión es
privilegio y responsabilidad comunitaria de la Iglesia Universal”[3].
- Colegialidad e Iglesia Local como responsable
de la misión:
Se restablece el valor de la colegialidad de
los obispos[4],
respetándose la autonomía de las Iglesias particulares. El mundo fue dividido
en diócesis, cada una con su pastor y guía, pero al mismo tiempo se reconoció que “la
Iglesia es, en efecto, una familia de iglesias locales en que cada una debería
estar abierta para las necesidades de las otras y dispuesta a compartir sus
bienes espirituales y materiales con ellas”[5]
(cf. LG 23,26).
“Es un aspecto
decisivo de la eclesiología de comunión que rompe con el esquema piramidal, en
el cual la Iglesia parecía ser una única e inmensa diócesis que tenía a frente
el papa, y convirtiendo a los otros
obispos en instrumentos de transmisión
de esas orientaciones de Roma”[6].
b)
Origen Trinitaria de la
Misión:
La misión tiene su origen en el
misterio de la Trinidad, y está fundamentada en el proyecto de amor de Dios
para el mundo. Este proyecto fue revelado por Jesús, siendo el Espíritu Santo
el protagonista de la misión. Así, se llega a la conclusión de que “la Iglesia peregrina es misionera por su
naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu
Santo, según el designio de Dios Padre” (AG 2).
Esta misión revela el plan de Dios en la historia
humana, basada en el proyecto del Reino, siendo responsabilidad de la Iglesia
continuar el camino misionero, no ser sustituta de Dios. Pues Dios es la
fuente, el método y el fin de la misión. Así se abren nuevas perspectivas para
la fundamentación, la motivación, el dinamismo, la metodología y sustentación
de la misión.
c) La misión como responsabilidad de
todos los bautizados
Otro paso significativo dado fue en lo referente
a los responsables por la misión, donde se recuerda que los pastores no son los
únicos agentes. “Aun cuando algunos, por
voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los
misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos
en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la
edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32).
Esto “hace
que no se pueda pensar más en la misión como tarea pastoral más o menos aislada
de esto o de aquel misionero, de esto o aquel instituto misionero, tampoco como
una tarea en que unas Iglesias (del
viejo occidente cristiano) apenas tengan que dar y nada a recibir, al contrario
de otras Iglesias locales (de las tierras de misión) que apenas tendrían que
recibir y nada podrían dar”[7].
Así, con el Vaticano II, se reconoce también la
responsabilidad específica del laico en la misión (apostolado) de la Iglesia y
la necesidad de una mayor atención en cuanto a la actuación en el mundo (AA – Apostolicam Actuositatem).
Apostolado indica “enviado” a una misión, mostrando que “toda” la Iglesia es
enviada. La misión del laico es la misión de la Iglesia: anunciar la Buena
Nueva del Reino por la manera de vivir en comunión fraterna y la participación
en la construcción del mundo, por su
modo de ser cristiano. Por ejemplo, si un cristiano es médico, siendo médico
tiene el derecho de participar dentro y fuera de la Iglesia – él es pueblo de
Dios que vive en comunión y participación, pues la dicotomía “el clero dentro y
el laico fuera” está, por lo menos en el
papel, superada.
Una actitud práctica post-conciliar fue el
surgimiento, con la participación activa de laicos, de los Consejos Pastorales,
de propios Consejos locales, regionales y nacionales de Laicos, y la apertura y reconocimiento de los
“ministerios laicales” por parte de la Iglesia.
d) Apertura, dialogo y libertad:
Uno de los grandes objetivos del
Concilio fue, justamente, abrir un mayor dialogo con los “hermanos separados”[8]
(UR), con los no-cristianos[9]
(NA – Nostra Aetate) y con la
humanidad (GS), pues la Iglesia
reconoce que todos los seres humanos constituyen una sola comunidad, llamada a
demostrar, a través de la caridad y de la unión, el camino del respeto mutuo,
de la libertad religiosa y de la
búsqueda del bien común (cf. DH, NA, GS).
Pablo VI, en el inicio de su pontificado, abre caminos para esto, afirmando que “la Iglesia es
diálogo”: “La Iglesia debe entrar en
diálogo con el mundo en el que vive. La Iglesia se hace palabra, se hace
mensaje, se hace coloquio. (…) En el diálogo, así entablado, se realiza la
unión de la verdad y de la caridad, de la inteligencia y del amor” (Encíclica
Ecclesiam Suam, nn.38 e 47).
De esta manera, se abre el paradigma para el
diálogo y para una teología ecuménica. Al mismo tiempo, la Iglesia se abre y, después
de siglos de negación de la modernidad, hace un camino de revalorización de las
realidades terrenas (diálogo con el mundo), a través de un diálogo con las
ciencias y con la modernidad, donde la Iglesia auxilia la actividad humana,
pero también recibe ayuda del mundo (cf.
GS 40-45). “La Iglesia pretende ayudar
a todos los seres humanos de nuestro tiempo a hacer el mundo más conforme a la sublime dignidad de
la persona y aspirar a una verdadera fraternidad universal”[10].
En este intercambio con el mundo, la Iglesia
tiene el único fin de realizar el Reino de Dios (cf. GS 39,45,72). La salvación es la participación en la vida de
Dios, basándose en el empeño por la justicia y por la paz, y en la promoción
humana integral, pues la “inserción en la
realidad, conciencia histórica, contemporaneidad, sin concesiones a los
modismos, y visión utópica delinean el campo semántico del aggiornamento”[11].
e) Nuevos tiempos:
El tema central de la Gaudium et Spes es sobre la atención a los
“nuevos tiempos” (cf. GS 4,11,44) y
sobre el Pueblo de Dios en el mundo, como señal del Reino de Dios. “En virtud de su misión de iluminar el mundo
entero con el mensaje de Cristo y de reunir en uno sólo espíritu todos los
seres humanos de cualquier nación, raza o cultura, la Iglesia constituye una
señal de aquella fraternidad que hace posible y fortalece el diálogo sincero”[12].
Es necesario escrutar los signos de estos
nuevos tiempos para responder, de modo adecuado a cada generación y a los
perennes interrogantes del Hombre. El Hombre de hoy vive en un período de
rápidas mutaciones, y con frecuencia, se queda incierto y dudoso; aún teniendo grandes
riquezas, sufre en muchas regiones del mundo a causa del hambre y del analfabetismo;
el sentido de libertad y alimenta formas de esclavitud; tiene el sentido de
unidad y fomenta contrastes políticos y raciales; al progreso temporal no
corresponde un adecuado progreso espiritual; suceden cambios profundos,
sociales, sicológicos, morales y religiosos, contrastando con un cierto
desequilibrio en el mundo contemporáneo y en la búsqueda de aspiraciones más universales
de la humanidad, de justicia política y social (cf. GS 4-10).
En este contexto, se observa que el mensaje
evangélico y la cultura humana tienen rasgos comunes, llevando a redefinir que
es misión: “en los procesos que llevaron
a la redefinición de la misión, se observa el paso de una Iglesia que tiene
misiones territoriales, por las cuales hace colectas y pide oraciones, a una Iglesia
en la cual la misionariedad representa la orientación fundamental de todas sus
actividades”[13].
Consideraciones finales:
Durante los últimos siglos y hasta el día de
hoy sentimos un florecer de prácticas que se desenvuelven: sentimos que hubo
muchos cambios, algunos drásticos, en la eclesiología y vivencia de la fe
después del Concilio Vaticano II que generó cierta confusión en mucha gente y
grupos religiosos y civiles. Muchos trabajan valerosamente por fortalecer la
vivencia eclesial de la fe, inculturada en las culturas y manteniendo la
fidelidad a la tradición cristiana, y otros se refugian en fundamentalismos
religiosos para defender prácticas pertenecientes a la época de la cristiandad.
Según el misionólogo Paulo Suess nuestra
práctica de evangelización y presencia cristiana en el mundo, en las culturas y
en la historia puede ser de[14]:
-
Destruir la identidad de los otros a través de una colonización que
impone el propio modo de ser como normativo; esta presencia destructiva
presupone, generalmente, alianzas con el poder político y estructuras
autoritarias en la propia Iglesia;
-
Perder su propia identidad mediante una modernización que somete el
proyecto del Reino a la normatividad del mundo;
-
Protegerse de la pérdida de identidad a través de un cerramiento
fundamentalista;
-
Practicar una inculturación a medio camino como aculturación,
adaptación, traducción o asimilación;
-
Practicar una inculturación propiamente dicha que procura vivenciar
el misterio de la encarnación/liberación en la realidad de los pueblos.
Ojalá hagamos caminos teniendo en vista la
invitación de Jesús “id por todo el mundo
y predicad el Evangelio a toda creatura” (Mc 16,15), haciendo un camino de
discernimiento y construcción de puentes para hacer posible que el proyecto del
Reino de Dios se cumpla entre todos los pueblos, teniendo presente que la
misión es responsabilidad de todos los bautizados y bautizadas, dentro del
proceso de integración del anuncio y del diálogo, en y con diversas
culturas.
* Julio Caldeira, imc,
misionero en Ecuador.
[1] En nombre de este principio,
suceden también absurdos: justificación de guerras-santas, se toleraba e
incentivaba, en algunos casos, la esclavitud y muchas otras cosas, desde que
fuera permitido cuidar de las almas de los individuos. Entretanto, también
surgieron voces proféticas que defienden los indígenas (Montesinos, Las Casas,
etc.) y cuestionan la manera de realizar las misiones-colonizadoras y la
evangelización.
[2] MOSER, Hilário. Concílio Vaticano
II: você conhece? Síntese dos documentos conciliares. São Paulo: Ed.
Salesiana, 2006, p.13.
[3] OLIVEIRA, Ednilson T. e
MURA, Francesca. A Missão
além-fronteiras: um estudo a partir dos documentos do Concílio Vaticano II.
São Paulo: CXAM, 2005, p. 8.
[4] En los años que suceden al Vaticano II, Pablo VI crea el Sínodo de los
Obispos para discutir sobre las cuestiones relativas a la vida, doctrina y
misión de la Iglesia.
[5] BOSCH, David. Missão transformadora: mudanças de paradigma
na teologia da missão. 2ª ed. São Leopoldo, RS: Sinodal, 2007, p.456.
[6] NUNES, José. Teologia da Missão: notas e perspectivas.
Lisboa: OMP, 2008. p.52.
[7] NUNES, José. Op. cit.
p.52-53.
[8] El Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos dejó de usar
esta expresión y pasó a usar “hermanos de
otras confesiones cristianas”.
[9] Este asunto es tratado,
principalmente, en la Declaración Nostra
Aetate (NA), resaltando el diálogo con el judaísmo y con el islamismo.
[10] MOSER, Hilário. Op. cit.
p.24.
[11] SUESS, Paulo. Op. cit.
p.121.
[12] MOSER, Hilário. Op. cit.
p.24.
[13] SUESS, Paulo. Op. Cit. p.221.
[14] SUESS, Paulo. Evangelizar a partir dos projetos históricos
dos outros. São Paulo: Paulus, 1995, p.221.